🐶Escritos - El Lector Maldito

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De Liso a Memi: 24 de Diciembre

Memi

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Hoy el recuerdo y la melancolía socaban mi copa en los más inentendibles sentimientos, incapaz de poner en palabras aquello que me encoje el Corazón.

He de recordar aquellos días antes de tu partida en busca del sueño que nos vendió a muchos, en especial a nuestra familia. Desde el nacimiento la idea Yanqui nos privó del calor familiar, el sueño de la grandeza, hoy sin duda afirmo que no es más que una pesadilla.

Segunda fecha festiva que no me encuentro compartiendo con vos el silencio y la nada.

Esa nada era llenada con las risas, las bromas y simplemente la sombra de saber que vos estabas ahí en el cuarto y yo en el mío, sin pretensiones de celebraciones grandes o comidas espectacularmente agradables. No había nada de eso, no nos hacíamos de lujosas ropas, más que un pantalón nuevo o una chaqueta para disminuir el quebrantamiento de los huesos debito al frio.

La esperada noche, el momento de compartir algo, no era una idea que se apoderara de la pequeña familia de tres, tan pequeña para hacer banquetes y esperar a los familiares.

Esperábamos con las pequeñas compras: una cajita de galletas, una libra a lo mucho de uvas, una bolsa de angelitos que nos regalaban, con unas bolsas de golosinas para acompañar.

Era la dicha más grande en el mundo, cuando nuestra madre preparaba un plato a menudo muy colorido, rellenándolo de los productos que se lograban comprar. Distribuidos de la siguiente manera, unas coloridas galletas en el centro, uvas esparcidas por todas partes, unos malvaviscos o angelitos y un buen trago de Coca-Cola.

Esa era la realidad que hasta entonces conocía, a pesar de que en redes sociales circulaban fotografías de personas que se hacen acompañar de numerosas familias para celebrar esta fecha, carecíamos de grandes aglomeraciones de familia. Debo decir que no existía un vacío debido a eso, era lo que teníamos y estaba bien, era lo único que vivíamos y estaba bien.

A la llegada del anochecer, después de degustar los alimentos esperábamos en la cama o en los sillones muy aproximados el uno del otro, viendo algún tipo de película en el televisor con un poncho súper pesado para abrigarnos. A media noche los estrepitosos y ruidosos explosivos zumbaban nuestros oídos, era la señal, escuchábamos atentos. En ocasiones salíamos a ver las luces en el cielo y regresábamos con mucho frio a refugiarnos a la cama para dormir profundamente.

Aquello que era parte mía, se ha quedado varada en el tiempo, se congelo en algún año último en el que estuvimos cerca. Mi compañía hoy son los libros, la música y unas que otras actividades. Un cambio aterrador para mis sensibles sentidos, para mis ansiedades es un escalofrió que aplasta mi corazón de melancolía, ¿a quién debo de culpar por mi desolación? ¿a mi forma de ser tan egoísta y poco carismática? ¿a mi necesidad aguda de rechazar la compañía? ¿Al tío Sam por arrebatarme mis únicas dos compañías?

Sí, me arrebato todo mi pequeño mundo, me separo de vos y de mi madre. Cada día me acostumbro más a mi nueva realidad. Tenemos numerosos familiares en distintas partes del país, sin embargo, soy yo y solo yo.

Cada día me encierro más en mí, en mis pensamientos, me vuelvo egoísta y mal humorado con las personas, mi ansiedad se agudiza aún más es estas fechas.

Así que, aquí estoy sentando con las manos puestas sobre el teclado de la computadora como regularmente se ha convertido en un refugio para mi tranquilidad.

Me he expulsado con mis propias manos de lo que ahora me parece cada día más absurdo, vivir en este mundo.

Sé que hay más de uno en el mundo de los que caminan por las laderas de la sociedad, aquellos que caminan a la orilla observando a las numerosas personas en el centro, riendo, comiendo, bebiendo disfrutando, derrochando alegría.

Los he visto en las calles, sentados en las banquetas del parque, con una mirada desoladora, observando el movimiento del resto de personas, ¿Esperan algo en particular? Con una mirada iluminada esperando la invitación a una charla por parte de un desconocido.

No me encuentro del todo jodido, últimamente me he hecho de una agradable compañía, que a pesar de que no se encuentra conmigo a diario, es una buena compañía los fines de semana.

Justamente el día de hoy, decidimos ir a un lugar llamativo, que mi amigo vio en redes sociales, con comida apetitosa y una vista que prometía el disfrute de la mente.

Sin más vacilaciones, colocamos las mochilas en nuestros hombros y emprendimos el viaje. La decisión fue tomada por ambos, debíamos ir en vehículo debido a la hora. Empezaba a oscurecer y era imprescindible regresar a la casa de mi amigo Pichilingas, esto debido a que su familia regresaría por él, con la finalidad de pasar las fiestas con los familiares de su madre. Generalmente recorremos las calles de Xela con un par de tenis que pronto se desgastan.

El lugar se encuentra en las alturas, de ahí la promesa de una vista espectacular. Las calles de piedra, muy empinadas, nos llevaron al lugar prometido. Debido a la vista, a la orilla de la calle se encontraban muchas personas, amigo bebiendo unas cervezas, platicas, parejas amorosas entre otros. Aparque el vehiculó a la orilla y decidimos descender rumbo al restaurante.

Adentro, un lugar muy apapachable, lleno de colores calurosos como el rojo y el amarillo, buscamos un asiento cerca de la ventana con vista al centro de la Ciudad.

Se acerca la mesera con una leve sonrisa en el rostro, con no muy claras indicaciones, procede a mostrar el celular que cuenta con un código QR, dicho código contenía el menú del restaurante. Por razones desconocidas el menú no se desplegó en el celular de Pichilingas, por lo que la mesera decide dejar el celular de su pertenencia para decidir los productos a consumir. Sin pretensiones curiosas, resalta un mensaje en la pantalla, captando de inmediato nuestra atención, de inmediato percibimos una charla de desolación y tristeza.

La señorita al parecer se encontraba sola en la ciudad, mientras la familia en las lejanías de otro departamento, disfrutaban de las fiestas. su único consuelo era el tiempo que duraba en el trabajo, pues no había otra forma de estar cerca de las personas.

Procedimos a degustar de los alimentos, un delicioso pan relleno de carde de cerdo perfectamente disuelto en chimichurri con queso derretido y unas papas fritas bastante deliciosas, bebimos un rico chocolate decorado con pequeños angelitos alrededor. Mientras degustábamos percibimos el entorno, se encontraba una pareja dándose abrazos, besos y caricias, una familia conformada por un padre, una madre, una abuela y dos señoritas, un grupo de 5 jóvenes bebiendo cerveza, dos señoritas juntas con un chavo de compañía, Pichilingas y yo.

Para finalizar decidió Pichilingas que podíamos pedir una tabla de jamones, esta contenía diferente tipo de jamones y quesos. En la imagen era bastante llamativa, yo no estaba del todo de acuerdo, pero decidí poner mi confianza en sus buenos gustos aperitivos, que más tarde me arrepentiría enormemente. Un queso bastante amargo, que tome la decisión apresurada de expulsar de la boca, un jamón muy ordinario, nada fuera de lo común o de lo que se puede conseguir en cualquier tienda, por un precio muy elevado de Q150 ¡muy decepcionante!

Decidimos marcharnos y cancelar la cuenta no sin antes tomarnos unas buenas fotos. Al momento de cancelar la cuenta, no cuadraban nuestros cálculos con el total que se nos mostró. Quedamos un tanto confundidos. A punto estábamos de marcharnos, de la nada decidimos hacer nuevamente las cuentas, nos percatamos que nos estaban cobrando unos cuantos Quetzales de más. Sin vacilaciones y con valentía decidimos desistir de perder dicho dinero. Dando media vuelta regresamos, subimos las escaleras y nos acercamos al cobrador cuestionando el por qué nos habrían cobrado más, el responsable explica con paciencia el precio de todo lo que consumimos y al finalizar, como cereza en un pastel, nos indica que son Q50 de propina. Pichilingas me observa y le devuelvo la mirada, nos retiramos un tanto enojados por lo que acababa de suceder, no contábamos con la idea de pagar propia. El enojo fue mucho más fuerte cuando entre las pláticas nos hicimos ver que no tuvieron el cuidado de avisar sobre las propinas. Con el retiro el enojo se apaciguo y las risas se presentaron. Nos preguntábamos que pasaría si las personas no contaban con la cantidad extra que le pedían y si era posible que nos cobraran hasta las fotos que nos tomamos en los balcones y las veces que fuimos al baño.

Regresamos a la casa, justo a tiempo. En el momento Pichlingas emprende su viaje y me quedo muy sonriente, era hora de acompañarme conmigo.

Me despido hermana mía, después de relatarte un poco el acontecer de un día como hoy 24 de diciembre.

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@Liso

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